Este lo escribí pensando en OK Computer de Radiohead. Apunten y rían.
Atrás. Hogar.
La primera llamada que recibe es de su mamá. Empieza gritándole, después llora, después grita de nuevo, y después cuelga. Él no dice nada, nunca es necesario, pero sí retiene la mitad de lo que escucha en la voz desesperada de su madre. Que cómo iba tan rápido, ¿qué estaba pensando? ¿Estuvo tomando? ¡Pero si él no toma! ¿O le mintió de nuevo?
Entre otros.
En realidad no sabe las respuestas, su mente no se lo permite, no del todo. Apenas recuerda estar en el auto, ver cómo su alrededor se difuminaba, sentir su propio pie en el acelerador sin ganas ni intención de levantarlo. Llevaba el cinturón puesto, eso sí lo sabe; se lo recalcaron tanto en las lecciones que sería imposible olvidarse.
Lo que más recuerda es la sensación de velocidad, no el viento en la cara, ni la adrenalina, sino la velocidad, un cuerpo moviéndose a través del espacio a… ¿a cuánto iba?, no se acuerda de eso en específico, no es importante, moviéndose a lo largo de la carretera, y en ese momento no es su cuerpo, sino el auto como cuerpo, como partícula, el que realiza la acción, motivado por su motor, su gasolina, y un pie en el acelerador, contrarrestado por el viento, resistencia del aire y del asfalto, fricción con las ruedas, pero aún así avanzando, porque él, humano, tenía su pie en el acelerador, ¿por qué no lo quitó? En ese punto estaba consciente, pudo haberlo hecho, pero no quería. Simplemente no quería, la velocidad no lo dejaba, lo empujaba, y él siempre se ha dejado empujar. El auto avanza, pero es su pie el que no lo detiene, ¿de quién es la acción? El motivo no es la acción, y él no es el auto, está dentro del auto, es parte de él, pero no es el auto, no es el auto, y cuando toma el volante y lo gira para estrellarse contra la pared del puente, por debajo, porque siempre es por debajo, ¿debajo del túnel?, es el auto el que gira, no él, porque él no es el auto, y si la bestia de metal que tanto adoran en la tele no tiene instinto de supervivencia, entonces él, bestia de carne que tanto adoran en todos lados, tampoco necesita tenerla.
Le duele el cuerpo, pero no sabe dónde. En realidad sabe, instintivamente, y por la situación en la que se encuentra, que le duele el cuerpo, pero no sabe si es que realmente lo siente, o si se está sugestionando, si el dolor que siente es el dolor que sienten todos, si lo siente con la intensidad adecuada. Cuando el enfermero le pregunta cómo se siente, él responde que se siente “tan bien como cualquier víctima de choque”, en ese tono que aprendió se usa para las bromas, y el enfermero se ríe, pero no le hace más preguntas.
Mira el techo por mucho tiempo. Come cuando le llevan comida, y se sorprende un poco cuando no le disgusta del todo, en la tele siempre dicen que la comida de hospital es mala, pero esta se siente bien en la lengua y en la garganta, es como comerse el color gris. Y a él le gusta el color gris. Es el color de los extraterrestres, a pesar de que muchas veces los pintan verde chillón, “pequeños hombres verdes”.
Hay distintos tipos de alienígenas, pero los Grises son los que conocen todos y los que él vió por primera vez en la tele cuando era niño. También los vió en el campo cuando fue a ver a sus primos, hace mucho, mucho tiempo, pero cuando le dijo a su tía, porque en sus primos no confiaba, ella se rió y le hizo cariño en la cabeza, “¡Andas inventando cada tontera!”, una vez de muchas que le dirían estúpido.
Nunca le dijo a su mamá, porque tampoco le iba creer, y lo iba a encerrar en su pieza de nuevo, porque él nunca prestaba atención a las cosas que importaban. Aún ahora, a su gran mediana edad, no estaba seguro de saber qué eran esas cosas que tanto importaban.
Trataba de averiguarlas a través de los demás, pero habían muchas respuestas distintas. Autos, casas, trabajos, sueldos, familias, amantes, viajes, felicidad, amor, paz.
Él sabe lo que son autos, casas, trabajos, sueldos, familias, amantes y viajes, pero no logra distinguir qué los hace tan importantes. Por lo que él ha averiguado, mucha gente tiene esas cosas, a veces todas, y aún así no son felices, que es otra cosa que importa y por la que ha hecho muchas preguntas, obteniendo variedad de resultados.
Cuando era niño, le dijeron que “estar feliz” es cuando te ríes, y por eso él tenía que reírse más, para siempre estar feliz, pero en realidad no aprendió a reírse bien hasta muchos años después, cuando ya no bastaba reírse para estar feliz.
Cuando creció un poco, le llegaron respuestas más elaboradas pero menos concretas: estar feliz es sentirte cálido adentro, lo cual no tiene sentido, porque el alcohol te calienta la garganta, pero todos le decían que no tomara, o que estar feliz es estar con gente que te ama, que tampoco tiene sentido, porque ahí están igualando un sentimiento con una situación que no siempre se va a dar, pero todos dicen que siempre hay que estar feliz.
Luego le llegó la respuesta más concreta: que estar feliz, o mejor dicho la felicidad, es una reacción química en el cerebro, pero que no siempre funciona, porque algunas personas tienen fallas en el cerebro y no pueden estar tan felices como las otras personas, o por lo menos no con la misma frecuencia, o la misma intensidad. Así se lo explicaron cuando su tío Raúl se colgó, porque él no dejaba de preguntar, porque el tío Raúl era el único que no le decía estúpido.
Los doctores apenas le hablan, o si le hablan él no se da cuenta, pero atrapa algunas palabras: “milagro”, “imposible”, “buena suerte”.