Estas son cosas viejas, cortas e incompletas que he escrito en español.
Atrás. Hogar.
Estar con él era estar congelado.
Nunca me dejó entrar a su casa, decía que no le gustaba tener que ordenar. Le dije muchas veces que a mí me daba lo mismo mientras pudiese pasar, que lo único que quería yo era hablar con él sin sentir que los dedos se me iban a caer. Y él me decía que me comprase guantes, a pesar de que le había dicho cómo odiaba usarlos. Pero yo tenía claro que eso no le importaba.
Así que nos juntábamos en el parque, él a fumar y yo a hacer como que entendía lo que me decía. Hablaba de cosas que sonaban muy complejas, y muchas veces me pregunté si se inventaba temas, sólo para seguir hablando, pero aún así me sentaba junto a él, a mirar sus labios y oír su voz. Si él apuntaba a la luna, yo le miraba el dedo. Cada palabra me ponía más tonto.
Y la estupidez me seguía a todos lados.
Yo necesitaba alguien a quién mirar, y él necesitaba alguien a quién dar una cátedra. A veces se molestaba cuando se daba cuenta de que no le prestaba atención; me hacía sentir mal porque entonces era verdad eso de que nada de lo que decía importaba. Porque entonces todos tenían razón, y él era estúpido porque sí, y yo era estúpido por escucharlo.
Aun así, él era lo único que me emocionaba. Se lo dije, y se calló. No dijo nada más ese día. Nunca más me habló.
La desesperación es la pérdida total de la esperanza.
Mira a los niños jugando afuera, siente el viento entrar por la ventana y los rayos de media tarde iluminan su pared lisa y vacía de adornos. Se toma un paseo, saluda a los vecinos y escucha cantar a los pájaros, vuelve a su casa, se sirve un té, se baña y se sienta frente a la tele, sin prenderla.
No recuerda por dónde caminó o cuánto tiempo estuvo afuera. No se sabe el nombre de ninguno de sus vecinos, menos sus caras.
El paseo le trae exactamente el mismo estímulo que sus paredes lisas. Su cuerpo ya olvidó cómo estremecerse, su mente cómo asombrarse, y él apenas recuerda su propio nombre. Trata de pensar, pero se escucha a sí mismo hablar en un lenguaje que no entiende, abre un diccionario y encuentra esa palabra: desesperación.
La definición no lo convence, no del todo; su versión es más completa y precisa:
"La desesperación es salir de casa y aún así quedarte adentro. Es olvidar las caras de todos a quiénes supuestamente has conocido, ver cada casa, negocio, calle y barrio repetirse sin fin; es el deseo que no encuentras en ningún lado.
La desesperación es la aniquilación de quién alguna vez llevó tu nombre. Pero ya no hay nada que hacer. Nada que decir.”